domingo, 25 de noviembre de 2012

Ría de la Vida

Toujours "Le" Voyage
Noviembre, este era el mes en el que mi padre cumplía años. Él se fue hace unos cuantos octubres. Cuando fui a esparcir sus cenizas había eclipse anular de sol. Una luz extraña para un mediodía de otoño. Había elegido un lugar que domina toda la ciudad. Aunque era lunes, estaba ocupado por gente observando el cielo. Gracias a este hecho busqué una alternativa más íntima no lejos de la estación del funicular. Ahora, esos gramos de polvo estarán incrustados en la tierra del monte reblandecida por las lluvias de aquel otoño, y al abrigo de los cambios que otros puedan hacer para desfigurar el terreno. Acabó su camino, allí arriba, bajo unos grandes árboles.

Viajeros al borde del Camino
Las cenizas, eso es lo que queda de nosotros al final. Estos días hemos estado viendo una película que me ha recordado esas cosas pequeñas que paradójicamente hacen que la vida sea importante. Se titula El Camino (The Way). Teníamos interés en verla porque Mayte y yo vivimos en un punto del Camino Norte de Santiago. También, porque hace dos años estuvimos en Santiago de Compostela, Fisterra y Muxía. Habla de lo que te cambia la vida un hecho pequeño, nimio y que en algún momento has llegado hasta a despreciar. Lo que para otros es importante, a nosotros nos provoca risa. Un hijo que le confirma a su padre que no se graduará. Que prefiere viajar a lugares especiales en vez de tener un vida de club de golf como la de su progenitor, un respetable oftalmólogo estadounidense. 

El fin del viaje, el fin del mundo
Cuando inicia el Camino, ese joven muere a causa de la climatología. Su padre, que nunca se llevó bien con él, viaja a hacerse cargo de sus restos. En Donibane Garazi (St. Jean de Pied de Port), roto por la pérdida, decide continuar el Camino de Santiago que comenzó su hijo. Tal vez con la esperanza de conocer mejor a la persona de la que ahora lleva las cenizas en la mochila, sin saber que este hecho va a ser lo que le va a cambiar la vida. Para ser una película estadounidense dirigida a estaunidenses, hay pocas cosas que chirríen en la historia. No me gustó la parte de los gitanos en Burgos y que el viaje no transforme a sus compañeros de ruta después de más de 700 kilómetros a pie. Porque el camino te cambia, lo hagas entero o unas decenas de kilómetros en alguno de sus tramos. Emilio Estévez es su director, y creo que la historia expone ese punto de ying/yang entre la vida que vivimos y la que elegimos.



The Way: Buen Camino
Y..., ¿Qué es la vida? Alguien me dijo una vez que la vida es como un río que fluye. Que si le cae una gran piedra en el cauce y lo bloquea, el agua buscará seguir su curso. Aunque tarde un poco más, retomará su camino hacia el mar. Si este texto formara parte de un libro de auto-ayuda, lo más probable es que el mar fuera el éxito. Si fuera de literatura estarían hablando de Jorge Manrique. Si fuera de un manual de Protección Civil estaríamos hablando de una catástrofe. Pero estamos hablando de la vida, de eso que canta un amigo mío en una de sus canciones: “La vida es un lugar bonito”. Y me produce una verdadera emoción cuando le escucho decir: ”...porque nadie es culpable cuando se aferra al deseo de vivir” (Txuma Murugarren, “Bizitza toki ederra da”).

Con pan y vino se anda El Camino
El deseo de vivir es algo sobre lo que estuve reflexionando hace muchos meses. La piedra cayó en mi riachuelo. Era tan grande que no la podía arrastrar con la fuerza de mi corriente. Estancó mis aguas y poco a poco noté que el sol la estaba secando. A los que nos ha caído esa gran roca justo cuando nuestro paso se ha hecho tan angosto que bloquea nuestra vida, tenemos que armarnos de fuerza para trepar por la piedra para llegar a lo más alto y mirar la senda por la que caminábamos. Mirarla bien porque cuando saltemos al otro lado dejaremos de ver por dónde veníamos. El pedrusco nos ha cambiado y aquella senda se habrá esfumado, y si no hemos asimilado sus baches y tropezones nos costará salir renovados para elegir una vida nueva.

Si encontramos una piedra en nuestra Ría, que nos enseñe el territorio
Este verano, Rafael Pacha me dedicó uno de sus temas. Se titula “Ría de la vida”. Aparece en su último álbum llamado “Tiempo”. Vida y tiempo son las dos cosas que llenan de riqueza a cualquier persona. No haría falta más. Pero siempre anhelamos lo que no tenemos y pasamos por alto la fortuna que ya poseemos. Desde Córdoba, Rafa ha creado un disco lleno de música sensible en el que nos relata su viaje instrumental a través de sus vivencias recientes. Él también tiene una historia de cenizas, con un recuerdo parecido al mío. 

Abandona la ropa que llevabas y consigue una nueva
“Ría de la Vida” está interpretado con una Mohan Veena, un instrumento utilizado en música hindú. Me llenó de emoción y comprendí que tenía que ponerme en camino para “volver a casa”. Ahora estoy al final de esa singladura, en mi Monte Do Gozo particular, a menos de una semana de acabar mi tratamiento de quimioterapia, y después a seguir caminando hasta llegar al mar para arrojar a las turbias aguas de la Costa de la Muerte la leucemia, a la que llamo MONO, y mi vida anterior. Esa ropa y ese calzado que me han acompañado arderán en las rocas, y las cenizas las tiraré en esos remolinos de espuma para no volver a llevarlos nunca más.

Si pudieron con el petróleo, podrán con las cenizas de MONO
Este está siendo mi segundo viaje iniciático. El primero me hizo amar la música por encima de todas las cosas, éste me está haciendo amar la vida.

No sabes lo que se siente mirando desde aquí


Rafael Pacha - Ría de la Vida - 2012